Época: Hiroshima L2
Inicio: Año 1945
Fin: Año 1945

Antecedente:
La nueva organización militar

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

Durante la guerra, Alemania desarrolló una amplia gama de nuevas armas que constituyó un formidable avance en la tecnología bélica. Aunque por diversas causas no lograron alterar el curso de la guerra, su importancia justifica la esperanza alemana en las armas secretas.
El mayor progreso tuvo lugar en el campo de los misiles, hasta el punto de que se sentaron los cimientos de la revolución tecnológica del campo de batalla contemporáneo. Muchas de las armas desarrolladas por los científicos alemanes no fueron perfeccionadas hasta diez años después de terminada la guerra. Este perfeccionamiento se debió, muy a menudo, a la utilización de estudios teóricos y ensayos realizados en Alemania hasta mayo de 1945; no fue infrecuente, asimismo, el empleo de las mismas personas que habían trabajado en los proyectos secretos del régimen nazi, circunstancia que se produjo tanto en las democracias como en la URSS.

La generalización de estas armas en los ejércitos más adelantados no se produjo hasta los años sesenta y la capacidad innovadora puesta en juego fue tal que incluso en nuestros días resulta muy difícil efectuar una valoración ajustada de la influencia que aquellos trabajos tuvieron en las armas contemporáneas.

La mayor innovación de todas fue, sin duda, el misil de la Wehrmacht (Ejército de Tierra) A-4, que la propaganda bautizó como Vergeltungswaffe (arma de represalia) 2, o V-2. El primer lanzamiento con éxito de uno de estos ingenios se produjo el 3 de octubre de 1942 desde el centro de pruebas de Peenemünde, en la costa báltica; recorrió 190 kilómetros y alcanzó una altitud de 85, nunca antes igualada.

En la primavera de 1944 empezó su fabricación en serie, y el 6 de septiembre de ese año comenzó a dispararse contra París, seguido un día después contra Londres, por unidades especiales de artillería. El A-4 pesaba 12,87 toneladas en el lanzamiento, su motor-cohete de oxígeno líquido y alcohol le proporcionaba un alcance de hasta 320 kilómetros y la cabeza explosiva se componía de una tonelada de amatol. Están registrados un total de 4.320 lanzamientos hasta marzo de 1945, principalmente contra Londres y Amberes.

El A-4 tenía una particularidad única: no podía ser detenido por la defensa antiaérea; sencillamente, no existían procedimientos para hacerle frente, y el Gobierno británico consideró seriamente la evacuación de la ciudad de Londres. El misil seguía una trayectoria balística, con un apogeo del orden de los 96 km, y se estrellaba contra el objetivo a una velocidad terminal supersónica, en torno a Mach 4 (algo más de 4.000 km/h). Incluso en nuestros días, sólo la red de misiles ABM que se desplegaron en torno a Moscú sería capaz, en teoría, de detener un ataque de A-4. La razón de que su empleo no fuese determinante se debió a la imperfección del sistema de guiado. El error circular probable que dicho guiado proporcionaba al misil era de unos ocho kilómetros. Así, las posibilidades de destruir un objetivo eran, literalmente, cero.

Los demás misiles superficie-superficie tenían problemas semejantes, aunque el Rheinbote, de 218 km de alcance y 1.715 kg de peso, era el primer misil dotado de una velocidad terminal superior incluso a la del A-4, del orden de los 6.000 km/h. Lo mismo puede decirse del misil de la Luftwaffe Fieseler Fi 103 -conocido también como V-1 o por la designación de cobertura FZG-76 (Flakzielgeráf, o arma guiada antiaérea-, un avión sin piloto de vuelo prefijado, propulsado por un pulsorreactor y del que se lanzaron más de diez mil unidades.

A pesar de los fallos de guiado, sólo el final de la guerra impidió que Alemania bombardeara Nueva York y Washington mediante un desarrollo gigantesco del A-4 -la combinación A-9/A-10- de más de 5.500 km de alcance.

De la importancia del A-4 da idea que Estados Unidos estuviera realizando hasta los años cincuenta numerosas pruebas con misiles capturados, dotados a veces con nuevos perfeccionamientos. Los soviéticos llegaron aún más lejos; Peenemünde había caído en su zona de ocupación y, a pesar de las destrucciones causadas por los alemanes, en 1946 reanudaron allí mismo la producción de los A-4, con la colaboración de numerosos científicos alemanes al mando de uno de los antiguos ingenieros del centro.

Los alemanes lograron también poderosos misiles aire-superficie, utilizados contra buques u objetivos terrestres, como un edificio o un puente. En septiembre de 1943, dos de estos misiles -del tipo Fritz X- lograron hundir el acorazado italiano Roma, de 46,215 toneladas. Su guía era por radio, mediante una palanca de mando manejada por el operador de lanzamiento, que debía seguir visualmente el vuelo del misil. Utilizó el mismo sistema el Hs 293, aunque de este último se hicieron pruebas de una versión guiada mediante una cámara de televisión instalada en el morro del misil. El infrarrojo fue también utilizado como sistema de guía.

En el campo de los misiles antiaéreos se desarrollaron varios proyectos -Schmetterling, Rheintorcher, Waserfall, Enzian-, tanto de vuelo subsónico como supersónico y con diferentes sistemas de guiado -radio, radar, infrarrojos, acústicos-, pero no lograron poner en servicio ninguno. Ese mismo fue el caso del misil aire-aire Hs 298 -con mando por radio o también filoguiado- y del misil antitanque X-7, filoguiado, aunque se probaron guías termosensibles -infrarrojos- y electroópticas -TV.

Alemania y Gran Bretaña pusieron en servicio en los dos últimos años de la guerra los primeros aviones a reacción. Los británicos sólo dispusieron del Meteor, mientras que los alemanes, más adelantados, dispusieron en mayores cantidades del Me 262 y, en menor número, del caza ligero He 162 -Salamander- y el bombardero cuatrirreactor Ar 234.

Con velocidades que en el caso del Me 262 llegaban a los 870 km/h -unos 200 km/h más que los cazas convencionales-, estos aviones fueron producidos en cantidades demasiado pequeñas para invertir la situación militar, aunque sus intervenciones contra los bombarderos aliados, en combates aéreos o en ataques en superficie -como el espectacular del 1 de enero de 1945, que destruyó casi por completo la aviación táctica aliada de Bélgica y el norte de Francia-, resultaron impresionantes.

El caza cohete Me 163 -Komet- tenía unas prestaciones mayores -casi 1.000 km/h-, pero su autonomía (ocho minutos) era demasiado pequeña. Los rusos probaron también un caza con motor cohete, pero no lograron superar los problemas de desarrollo. El Komet fue el primer caza armado con cohetes aire-aire, tanto dirigidos en el plano horizontal como en el vertical.

Junto al A-4, el arma secreta más terrible de los alemanes fue la posesión de gases neurotóxicos -descritos a veces como gases nerviosos. A finales de los años treinta lograron producir el primero de ellos, el Tabun -óxido de cianodimetilaminatosfosfina-, más tarde, el Sarin -óxido de fluoroisopropoximetilfosfin-, y el Soman -óxido de fluorometilpinacoliloxifosfina-, de efectos todavía más terribles y, en el último caso, persistentes. Bastan tres cuartos de gramo de Sarin para matar a un hombre. Con 250 toneladas de este producto se acabaría con la vida en una ciudad como París, hasta una altitud de 15 metros, y los alemanes disponían de 7.000 toneladas de este gas.

Si no se utilizó fue debido con toda probabilidad al efecto de disuasión causado por el temor alemán a la posesión aliada de gases similares. Ello no era cierto, pero Gran Bretaña y Estados Unidos disponían al menos de gases asfixiantes -como la clorina y el fosgeno- y Roosevelt y Churchill, conjunta y personalmente, efectuaron una advertencia solemne a las potencias del Eje contra el empleo de gases.

Las mismas razones debieron influir para que los alemanes no desencadenasen una terrible ofensiva biológica. Habían investigado el cultivo de bacterias en el clostridium botulinum, lo que permitía la producción en grandes cantidades de la temible toxina toxin botulin (un kilogramo bastaría para matar a millones de personas). Disponían asimismo de aerosoles para distribuir el producto. La locura y la desesperación de Hitler no llegaron al extremo de ordenar su empleo.

Entre la modesta panoplia de armas secretas británicas destacan varios tipos de bombas de aviación; la más curiosa era un bomba saltarina, susceptible de sustituir a los torpedos.

Estados Unidos, mucho más innovador, diseñó aviones de control remoto que se emplearon de hecho como auténticos misiles. Se trató, sin embargo, de conceptos de poca fortuna, que no fueron continuados después de la guerra salvo excepciones. Una de éstas la constituyeron los ingenios aire-superficie que utilizaron sistemas de guiado por radio, infrarrojos y televisión. El misil de este tipo más notable, con diferencia, fue el Bat, con guiado radar semiactivo, puesto en servicio en 1945 y que destruyó varios puentes y buques de superficie japoneses, entre estos últimos un destructor que fue alcanzado a la distancia máxima de 32 kilómetros.

Más importancia que los misiles tuvo el desarrollo norteamericano de la espoleta de proximidad, que funcionaba mediante una serie de radares en miniatura. Este ingenio revolucionó los proyectiles antiaéreos y fue decisivo para que los británicos pudiesen combatir los Fi-103 (V-1). Estos misiles volaban a unos 650 kilómetros por hora y podían ser atacados por los cazas de la defensa aérea, pero su neutralización efectiva sólo se consiguió cuando los cañones antiaéreos fueron dotados con proyectiles que incorporaban espoletas de proximidad.

Un dato: en julio de 1944, de cada 100 Fi103 lanzadas por los alemanes contra Londres, treinta eran derribadas por los cazas y diez por la artillería o los globos cautivos; las otras sesenta alcanzaban su destino. En agosto, una vez que llegaron las nuevas espoletas, los cañones pasaron a apuntarse el 80 por 100 de los derribos y hubo días en que menos del 5 por 100 de los misiles lograban alcanzar su objetivo.

Los últimos días de la guerra en el Pacífico asistieron, en fin, al nacimiento de una nueva era: la del átomo. La primera bomba atómica fue explosionada por Estados Unidos en Los Alamos, el 16 de julio de 1945. Veintiún días más tarde, el 6 de agosto, otro ingenio era lanzado sobre Hiroshima, y el 9 de agosto, un tercero sobre Nagasaki. La bomba atómica, que modificaría a partir de ese momento la naturaleza de la guerra, fue posible gracias al formidable esfuerzo norteamericano por ganar el conflicto. El arma nuclear constituye, desde luego, la más mortífera herencia de la Segunda Guerra Mundial.

El empleo del espectro electromagnético fue otro de los cambios más importantes introducidos en esa guerra. Hasta 1939, la guerra electrónica se había limitado a las comunicaciones. A partir de 1940, el uso del radar sentó las bases de la moderna guerra electrónica. En el terreno mismo de las comunicaciones, se habían logrado avances impresionantes en relación con la Primera Guerra Mundial. Todavía en 1924, una línea aérea pesaba 80 kg por kilómetro. En 1934 se probó por vez primera el cable coaxial, con 200 canales. En 1942 se había llegado a los 960 canales y el peso de la línea era de 0,25 kg/km.

El mayor avance fue de origen alemán, gracias a los enlaces por microondas. Los alemanes instalaron líneas de más de mil kilómetros de longitud -como la Berlín-Smolensko- y el sistema permitió al Estado Mayor una comunicación fluida con los jefes en campaña, incluso cuando las operaciones se desplazaron al norte de África.

Además de estas innovaciones, el empleo de las radios se generalizó. Su interceptación relativamente fácil y la posibilidad de localizar la fuente emisora condujeron a varios intentos para reducir el grado de indiscreción.

El más notable tuvo de nuevo patente alemana y se desarrolló para su empleo por los submarinos. Estos últimos debían subir a superficie para ponerse en comunicación con el mando, en la metrópoli; el tiempo de la transmisión facilitaba su localización por el enemigo. Para resolver el problema se transmitían los mensajes grabados en registradoras de alta velocidad.

Estos mensajes comprimidos podían transmitirse en menos de un segundo. En tierra, el receptor pasaba el mensaje por un registrador de baja velocidad, con lo que se conseguía su lectura normal. Al cabo de algunos meses, sin embargo los aliados inventaron un radiogoniómetro automático, que permitía localizar el submarino, a pesar de la extrema brevedad de sus mensajes, por el procedimiento habitual de la toma de más de una demora y su posterior triangulación. Los alemanes por su parte, descubrieron que las ondas de radio extremadamente largas penetraban la capa superficial del océano.

En lo que se refiere al radar, todavía se encuentra extendida la idea de que fue un invento británico. En realidad, el sistema fue desarrollado casi al mismo tiempo, a mediados de los años treinta, por alemanes, británicos y norteamericanos. Alemania disponía de radares operativos en 1939, pero fueron poco utilizados en sus campañas de ese año y el siguiente, debido a dos circunstancias: la primera, que el empleo del radar se adecuaba para operaciones defensivas, en tanto que los alemanes no dejaron de estar a la ofensiva durante todo ese tiempo; la segunda, el temor del mando alemán a que los nuevos sistemas pudiesen caer en manos de sus enemigos, de quienes ignoraban que hubiesen desarrollado el radar por sus propios medios.

La importancia del uso de este nuevo y fundamental medio de guerra electrónica comenzó, por todo ello, durante la denominada batalla de Inglaterra, en el verano y el otoño de 1940, cuando las estaciones desplegadas a lo largo de la costa inglesa permitieron la detección precoz de los ataques aéreos alemanes.

Estos primeros radares tenían limitaciones: únicamente proporcionaban datos sobre demora y distancia de las formaciones atacantes y el contacto se perdía a corta distancia. La averiguación de la altitud debía realizarse por contacto visual, bien desde tierra, bien desde los cazas de la defensa aérea, los cuales aprovechaban la información conseguida por el radar gracias al enlace por radio con la base.

El radar alcanzó muy pronto un gran empleo, y no sólo para detectar desde tierra formaciones aéreas. En 1939, el acorazado de bolsillo alemán Admiral Graf Spee -hundido en el Río de la Plata el 17 de diciembre- había empleado ya el radar para localizar otros buques.

A mediados de la guerra, el radar comenzó a ser instalado en los aviones, para empleo aire-aire y aire-superficie. Esta última modalidad tenía grandes limitaciones debido a que los sistemas eran muy primitivos y resultaban perturbados por el eco terrestre, pero resultaba eficaz en caso de que hubiese grandes masas de agua: por ejemplo, permitía distinguir con claridad la línea de la costa o la existencia de grandes ríos, como el Rin o el Elba a su paso por Hamburgo. Esta circunstancia explica la dramática precisión de los bombardeos nocturnos sobre dicha ciudad hanseática, instalada en un punto donde el Elba se divide en dos brazos.

A lo largo del conflicto, uno y otro bando progresaron extraordinariamente en la aplicación del radar en dos vías paralelas: por un lado, la mejora de los equipos disponibles; por otro, el empleo de métodos para anular los sistemas del enemigo, es decir, negar el uso por el enemigo del espectro electromagnético. Había nacido el moderno concepto de guerra electrónica.

Cabe citar, por parte alemana, dos grandes avances: el radar tridimensional y el interceptador de radar. Los primeros equipos alemanes Freya- podían localizar un avión a 200 kilómetros de distancia, pero el contacto se perdía a unos 30 km. En 1942, su industria logró poner a punto el Würzburg, que trabajaba en una longitud de onda centimétrica -50 cm-, frente a la onda métrica -2,5 m- del Freya. Su alcance era más reducido -unos 75 kilómetros-, pero no sólo indicaba la demora y distancia de los aviones, sino también su altitud. El contacto, además, no se perdía a corta distancia, con lo cual era capaz de dirigir los aviones de caza y el tiro de las baterías alemanas. A partir de entonces, ambos sistemas actuaron de forma asociada.

El interceptador de radar permite advertir la presencia de un radar antes de que el radar le localice a uno. Ese sistema es completamente pasivo -se limita a recibir, no emite- y fue empleado por los cazas nocturnos alemanes para guiarse hacia los bombarderos aliados, que iban dotados con radar para detectar la presencia de cazas enemigos.

El modelo más utilizado de interceptador -el Flensburg- podía localizar las señales de los radares de cola de los bombarderos británicos a una distancia máxima de 70 km. Su inconveniente era que la anchura del lóbulo era muy reducida y si el objetivo realizaba maniobras bruscas el contacto se perdía.

La gran aportación británica fue el magnetrón, que utilizaba válvulas de alta potencia y podía funcionar en longitudes de onda muy cortas, del orden de los 10 cm. Su precisión era, por tanto, muy superior.